miércoles, 7 de enero de 2015

San Diego: Uno de los soles del oriente

San Diego es uno de los barrios más pequeño de la franja oriente del río, y posiblemente de la ciudad. Caprichosamente ha crecido un enorme árbol (el Palo Copado) ahí, que le ha dado su personalidad y su toque de distinción, en este sitio se ofrecen fiestas populares y montadas de toros. Junto al árbol de las mil formas se asiente la capilla del lugar.

En su fachada se encuentra plasmado, en fina talavera, un sol resplandeciente de 16 rayos, que humanizado (cuenta con ojos, nariz y boca) vigila a todo concurrente que acuda al pequeño edificio, esta misma característica va a poseer la fachada del barrio en el extremo sur pero de la franja opuesta del río Nexapa.
Este símbolo muchas ocasiones va a ser las veces de puente entre las dos culturas que violentamente chocan durante la guerra de conquista española durante el siglo XVI. Colocado en sitios estratégicos, como una especie concesión ideológica que hacían los misioneros evangelizadores, para atraer a los integrantes de las comunidades a los templos cristianos, ofreciéndoles a la par de la protección del nuevo santo la posibilidad de mirar también al dios, que aunque vencido (o que quizás por ello) estaba presente en la nueva conformación de sociedad que se va a consolidad en el futuro en esta comunidad, en el país y en el continente, aunque también el sol es un símbolo de la orden dominica, preponderante en esta zona del país.

Pero eso no es todo lo que ofrece la iglesia, entro de ella va a estar uno de los altares mejor adornados del rumbo, pequeñito, sí, pero tan exuberantemente tallado y revestido de pintura dorada, que su San Diego va a brillar con luz propia, tan sólo con estar colocado en ese lugar. A la entrada del lado izquierdo le fue construido un espantoso tapanco de cemento, en el que orgullosamente se exhibe un órgano musical que fue la delicia de muchas generaciones que acudían al lugar antaño.

Gran parte de lo que se describe fue prácticamente rescatado y restaurado por la comunidad del barrio en tiempos del Señor-cura Márquez Aguilar. Asimismo, como en prácticamente todas las capillas de los diferentes barrios, fue levantado un nuevo piso de lozas de ladrillo, que le daba a esta iglesia un tinte conservador muy agradable (posteriormente será sustituido por cuadros de mosaicos), más aun, cuando a expensas de este padre, fue afinado el viejo órgano musical para ser escuchado en los momentos de misa que iba a decir gustoso a esta capilla.

Todavía hay quien recuerda al monaguillo que con sus manos palaqueaba los pedales del instrumento, para que éste contara con aire suficiente, y a su operador, un viejito, que no tenía ya fuerzas en sus piernas para darle funcionalidad al aparato, y por ello se tenía que valer del chiquillo, lograba hacer mover sus dedos y sus manos en los teclados de ese instrumento y hacía resonar, no solo en el interior del templo, sino en todo el barrio (que como hemos dicho es muy pequeño, apenas de dos calles) las piezas sacras que seguramente fueron recomendadas por el propio Arturo Márquez, que siempre mostró muy buen gusto, pero sobre todo respeto, por la arquitectura y costumbres de los lugares que administraba como párroco.


Ahora podemos admirar parte de esta labor, porque el órgano simplemente fue colocado como pieza de adorno en esta saliente del interior del templo, y ya nunca más se podrá escuchar sus sonidos, pues posterior a la salida del señor cura de esta parroquia, este aparato fue “modernizado” pretendiendo convertirlo en un instrumento electrónico y por tanto echado a perder y allí ruinoso lo debemos ver como una muestra de la ignorancia por pretender actualizar el arte.

Razo Hidalgo, E. (2008). La Reconstrucción: La vida de Izúcar de Matamoros en tiempos de Arturo Márquez Aguilar. Izúcar de Matamoros, Puebla, México: H. Ayuntamiento.

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