Aunque se encuentra en un lugar que se puede decir
“urbanizado”, el sitio se siente desierto, aunque de entre los huecos las casas
adjuntas se percibe la mirada penetrante, quizás de niños, quizás de ancianos,
que ansiosos por mirar algo diferente a lo que acontece en el barrio están al
pendiente de lo que pueda acontecer.
Mi impresión, si a alguien puede interesar, es que este es
un barrio olvidado hasta por sus propios nativos, migrantes que por necesidad
tuvieron que salir fuera de su ambiente. Don Arturo Márquez, en su trabajo de
construcción de la tradición de este barrio podremos decir, por las firmas que
se plasman en el cemento que eterniza el momento, logró construir un sagrario
en 1948 en el sitio en dónde se adora a Santo Tomás de Aquino.
Entonces, en este mismo tiempo, el padre Márquez comenzó a
ver la construcción de la carretera Panamericana y también observar como
partían a Izúcar en su mismo corazón, cortando el frente de entrada del
convento de Santo Domingo, que fue construido en el siglo XVII y que en unas
cuantas horas quedó convertido en simples piedras y todos los recuerdos que
allí en su muro blanco estaban plasmados, también desaparecerían.